septiembre 29, 2010

Crónicas Pancheras II




“Para que todos ellos, amigos y enemigos, conozcan al Francisco Villa de verdad, al de carne y hueso, al de nervios y sangre, corazón y pensamiento”

Doroteo Arango






Continúo compartiéndoles fragmentos del “Retrato autobiográfico” de Francisco Villa.
 
Como todos sabemos (y los que no, pues aquí lo pongo) Pancho Villa huyo muy joven de la hacienda Gogojito donde vivía (dependiente de la hacienda de Santa Isabel de Berros), en el municipio de Canatlan, Durango, por ahí de 1894 tras dispararle al terrateniente Agustín López Negrete quien tratara de abusar de su hermana.
 
 Motivo por el cual se escabullo a la sierra, viviendo a salto de mata por buen tiempo, Fue a si como conoció a un par de bandoleros -Ignacio Parra y Refugio Alvarado- a los que se les unió.
Villa cuenta que cuando les propuso unírseles, el jefe le advirtió:
 
-Si quiere andar con nosotros, es necesario que haga lo que le mandemos. Nosotros sabemos matar y robar. Se lo advertimos para que no se asuste. -Villa aun no cumplia los 17 años-
 
Lo anterior motivó la reflexión del General, y nos regala estas líneas donde opina sobre "el robar y matar", así como el proceder de los siempre “benévolos” representantes de la iglesia.
 
 
 
 
 

"Las crudas palabras, claras y precisas como martillazo, no me estremecían. En mis largas soledades, cuando mi pensamiento era el único ruido que turbaba mis sentidos, las duras palabras habían estallado mil veces en mis labios y habían perdido para mí su significación  brutal: ¡también los hombres que se titulan pomposamente honrados matan y roban!
 
En el nombre de una ley que aplican en beneficio y protección de los “pocos” y en amenaza y sacrificio de los “muchos”, las altas autoridades del pueblo, las que deberían emanar del pueblo y para el bien del pueblo, roban y matan, con la impunidad más grande y el aplauso más caluroso de las comunidades embrutecidas.
 
Los ricos, que son quienes gobiernan, y las autoridades, que son los instrumentos de los ricos, matan al pobre pueblo de hambre, matan a los niños del pueblo de abandono, matan a las mujeres del pueblo de miseria, y en el campo, en las ciudades, en las cárceles, en los cuarteles y en los hospitales, hay un perpetuo derramamiento de sangre de la plebe, que ha de servir de abono a las fértiles campiñas, y de fuerza motriz a las enormes fábricas y a las tenebrosas minas, de donde se extrae los esplendores con que se impone a sus víctimas, ensordeciéndolas con el cascabeleo argentino de sus ricas vestimentas de polichinela.
 
También los altos funcionarios roban; y ellos, los honorables, los excelentísimos, los serenísimos y augustos, medran y se enriquecen con el dinero del pueblo, mientras al pueblo le faltan escuelas en que educar a sus hijos, hospitales en que recuperar la salud perdida, asilos en que ir a pasar los últimos días de una vejez miserable.
 
También los altos dignatarios de una mentida religión que proclama la humildad y la mansedumbre roban y se enriquecen, ¡y esto es inicuo!, explotando el fanatismo, hurgando en las conciencias, exprimiendo la miseria de los pobres, para que los ilustrísimos prelados de una iglesia que comercia con los más altos sentimientos del alma en su necesidad de tener fe, de creer en algo, de esperar en algo, habiten suntuosos palacios, regalen su glotonería con los manjares más ricos, cubran sus cuerpos viscosos, poltrones y grasientos con las telas más exquisitas y las joyas más deslumbrantes, y satisfagan su ilimitada vanidad, su irrefrenable soberbia, rodeándose de una corte de histriones y arlequines que bajo la faldamenta del ensotanado, encubren la prostitución más relajada de las monstruosidades de este siglo.
 
¡Roban y matan! ¡Ellos, los altísimos de las sociedades modernas!"



A doscientos años de que José María Morelos, escribiera los “Sentimientos de la Nación” y a cien, de estas reflexiones del Centauro de Norte; e independientemente del orgullo inevitable de ser mexicano, uno no puede dejar de sentir una enorme vergüenza, de que ambos documentos se miren tan actuales.
 
 

septiembre 26, 2010

Crónicas Pancheras I


"Patriota sincero y compañero leal: esos son los únicos títulos que si reclamo"

Francisco Villa




Crónicas Pancheras pretende ser una serie de… de… ¿Cómo demonios llamarlas? mmm… Bueno el caso es que; teniendo tan cerca el centenario de la lucha armada, a la que pomposamente llamamos “Revolución Mexicana”. Me di a la tarea, de preparar el presente ejercicio que intenta dar un pequeñísimo esbozo de los ideales, reflexiones y pensamientos, de uno de los personajes más admirados y más odiados de la revolución. Me refiero desde luego a Don Doroteo Arango Arámbula,  alias Pancho Villa.

Para ello me permito trascribir –una de las tantas formas que adquiere el verbo COPIAR-  fragmentos de: “Pancho Villa Retrato autobiográfico 1894-1914” documento que el mismito Centauro del Norte, dictara a Miguel Trillo quien fuera su ayudante general. -documento en versión taquigráfica-  
 
 
 
 
 
Tiempo después estos textos serian trascritos por el periodista, militar y también secretario de Villa: Don Manuel Bauche Alcalde.

 Y publicados  íntegramente –en 2003- en versión facsimilar por la Universidad Nacional Autónoma de México en una edición preparada por  Guadalupe y Rosa Helia Villa, historiadoras y nietas del mismísimo General Villa.


El fragmento que deseo compartirles es una descripción que hace Villa, de cómo ¿vivían? los niños, en las agrestes tierras del estado de Durango en la época porfirista de este México… ¿nuestro?
Uno no puede dejar de cuestionarse, después de dos millones de muertos en la lucha; ¿Qué carajos paso? Que todo se ve tan parecido.
Habla mi General:
 
 
 



"La infancia de los niños pobres –no me cansare de insistir- no es la risueña alborada de una primavera que florece. Es una lucha, es un combate, es un duelo a muerte que se inicia contra el hambre, contra el frio, contra la desnudez, contra la indolencia perpetua, de esa raza tristona y cabizbaja, huraña y hosca, que con un fardo de su vasallaje a cuestas, va rumiando sus penas, va exhibiendo sus necesidades, va proclamando el soberano refugio de sus vicios.
 
Mirad esa falange de niños tostados por el sol, sobre cuyas enjutas espaldas gravita la pesadumbre del huacal o de la carga y sobre cuyas frentes se aplasta la correa sudorosa que sostiene el pesado fardo.
Mirad ese ejercito de niños cuyas piernecitas enclenques vacilan y se tuercen con temblores de epilepsia, mientras que los encallecidos pies se agrietan, se revientan y sangran sobre la ardorosa arena de los ríos, sobre los pedruscos de los cerros y entre las espinas y las lajas del chaparral de la serranía.
 
Mirad ese turbión de adolecentes que antes aprendieron a beber que a escribir, a blasfemar que a leer, a maldecir que a razonar, a matar que a vivir.
¡Es la herencia! La triste herencia que nos impusieron como una maldición que ha ido acumulando iniquidades, injusticias sobre injusticias, los hombres de la Edad Media, los negreros de España, cuya gloria más alta estriba en haber aniquilado dos civilizaciones incomprensibles, inapreciables para su miopía moral, para su fanatismo religioso: la civilización musulmana, que aun abruma a los sabios de este siglo, y la civilización azteca, cuyo grado de adelanto casi adquiere las proporciones de un sortilegio o de una clarividencia prodigiosa.
 
Las breñas de la sierra, los montones de estiércol y basuras, las fangosas lagunas que deja tras de sí la lluvia, el Mesquite cubierto de varejones, los surcos del arado, las sombras de la milpa, el misterio de los matorrales: allí está el escenario en que se agitan los niños de la gleba, desnudos y selváticos.
Y las constantes amenazas, las frecuentes azotainas a garrotazos, las fulminantes maldiciones, y las hambres, y las faenas rudas, y el mal ejemplo, y el abandono y la incuria: allí está la escuela que ilumina el entendimiento; allí está el gimnasio del niño de la gleba, cuya primera y última enseñanza y por instinto es la defensa propia: contra la maldad de los hombres que tan duramente le maltratan, y contra los destinos de la providencia que tan duramente le echó a padecer."
 
 
Lo anterior son las reflexiones de un hombre que si bien  durante  15 años fue bandolero –léase roba vacas- fue un hombre que dentro de su “ignorancia” –jamás fue a la escuela- supo captar las necesidades de un pueblo ultrajado, explotado y humillado. Y luchar para que la gente tuviera derecho a una vida digna. Y que en tan solo dos años, que asumió el gobierno del estado de Chihuahua logro una exitosa y coherente administración, a pesar de los complejos problemas  por los que atravesaba la entidad, después del azote de la guerra.
 
 
 Los generales, Hernández y Fierro, hombres de confianza de Villa

septiembre 21, 2010

Un centenario azul y oro




Uno puede dejar de ser estudiante, cambiar de residencia, incluso matricularse ocasionalmente en otra institución. Pero nunca, nunca deja uno de ser: Universitario
Felicidades Alma Mater por tus cien años, a escasos 16 horas 30 min del aniversario
¡¡¡Goya   goya!!!