“Para que todos ellos, amigos y enemigos, conozcan al Francisco Villa de verdad, al de carne y hueso, al de nervios y sangre, corazón y pensamiento”
Doroteo Arango
Continúo compartiéndoles fragmentos del “Retrato autobiográfico” de Francisco Villa.
Como todos sabemos (y los que no, pues aquí lo pongo) Pancho Villa huyo muy joven de la hacienda Gogojito donde vivía (dependiente de la hacienda de Santa Isabel de Berros), en el municipio de Canatlan, Durango, por ahí de 1894 tras dispararle al terrateniente Agustín López Negrete quien tratara de abusar de su hermana.
Motivo por el cual se escabullo a la sierra, viviendo a salto de mata por buen tiempo, Fue a si como conoció a un par de bandoleros -Ignacio Parra y Refugio Alvarado- a los que se les unió.
Villa cuenta que cuando les propuso unírseles, el jefe le advirtió:
-Si quiere andar con nosotros, es necesario que haga lo que le mandemos. Nosotros sabemos matar y robar. Se lo advertimos para que no se asuste. -Villa aun no cumplia los 17 años-
Lo anterior motivó la reflexión del General, y nos regala estas líneas donde opina sobre "el robar y matar", así como el proceder de los siempre “benévolos” representantes de la iglesia.
"Las crudas palabras, claras y precisas como martillazo, no me estremecían. En mis largas soledades, cuando mi pensamiento era el único ruido que turbaba mis sentidos, las duras palabras habían estallado mil veces en mis labios y habían perdido para mí su significación brutal: ¡también los hombres que se titulan pomposamente honrados matan y roban!
En el nombre de una ley que aplican en beneficio y protección de los “pocos” y en amenaza y sacrificio de los “muchos”, las altas autoridades del pueblo, las que deberían emanar del pueblo y para el bien del pueblo, roban y matan, con la impunidad más grande y el aplauso más caluroso de las comunidades embrutecidas.
Los ricos, que son quienes gobiernan, y las autoridades, que son los instrumentos de los ricos, matan al pobre pueblo de hambre, matan a los niños del pueblo de abandono, matan a las mujeres del pueblo de miseria, y en el campo, en las ciudades, en las cárceles, en los cuarteles y en los hospitales, hay un perpetuo derramamiento de sangre de la plebe, que ha de servir de abono a las fértiles campiñas, y de fuerza motriz a las enormes fábricas y a las tenebrosas minas, de donde se extrae los esplendores con que se impone a sus víctimas, ensordeciéndolas con el cascabeleo argentino de sus ricas vestimentas de polichinela.
También los altos funcionarios roban; y ellos, los honorables, los excelentísimos, los serenísimos y augustos, medran y se enriquecen con el dinero del pueblo, mientras al pueblo le faltan escuelas en que educar a sus hijos, hospitales en que recuperar la salud perdida, asilos en que ir a pasar los últimos días de una vejez miserable.
También los altos dignatarios de una mentida religión que proclama la humildad y la mansedumbre roban y se enriquecen, ¡y esto es inicuo!, explotando el fanatismo, hurgando en las conciencias, exprimiendo la miseria de los pobres, para que los ilustrísimos prelados de una iglesia que comercia con los más altos sentimientos del alma en su necesidad de tener fe, de creer en algo, de esperar en algo, habiten suntuosos palacios, regalen su glotonería con los manjares más ricos, cubran sus cuerpos viscosos, poltrones y grasientos con las telas más exquisitas y las joyas más deslumbrantes, y satisfagan su ilimitada vanidad, su irrefrenable soberbia, rodeándose de una corte de histriones y arlequines que bajo la faldamenta del ensotanado, encubren la prostitución más relajada de las monstruosidades de este siglo.
¡Roban y matan! ¡Ellos, los altísimos de las sociedades modernas!"
A doscientos años de que José María Morelos, escribiera los “Sentimientos de la Nación” y a cien, de estas reflexiones del Centauro de Norte; e independientemente del orgullo inevitable de ser mexicano, uno no puede dejar de sentir una enorme vergüenza, de que ambos documentos se miren tan actuales.
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