“No creo en Dios y no me hace ninguna falta. Por lo menos estoy a salvo de ser intolerante. Los ateos somos las personas más tolerantes del mundo. Un creyente fácilmente pasa a la intolerancia. En ningún momento de la historia, en ningún lugar del planeta, las religiones han servido para que los seres humanos se acerquen unos a los otros."
Frase que reza –desde luego en la acepción de “decir o figurar un escrito”- en el margen de este blog, cita por demás conocida del siempre vivo José Saramago. Sin duda una de mis preferidas, en esta incesante recopilación de citas y frases inteligentes, oportunas y sarcásticas que gusto de siempre acumular.
Decir que los ateos somos las personas más tolerantes, pudiera no tener la fuerza y contundencia que tiene el resto del pensamiento, y además se presta a un enjuiciamiento valido, pero a pesar de todo y haciendo un balance entre los grupos sociales en los que me desenvuelvo, indiscutiblemente los creyentes ocupan la punta de la pirámide de la intransigencia.
¿A qué viene todo esto?, pues resulta que por ahí de mediados del siglo XVI cuentan las malas lenguas que tuvieron lugar unas apariciones -¿alucinaciones?- en el cerro del Tepeyac, cuentan que la mismísima virgen de Guadalupe se le presentó a un indígena llamado Juan Diego. Se dice también que la misma imagen fue divisada por su tío Juan Bernardino en Cuautitlán –peripecia que por alguna razón fue menos publicitada-.
Todo mexicano que se precie de serlo conocemos de sobra la historia, sin embargo por si acaso hubiera por aquí algún despistado lector, allende de las fronteras mexicas que no esté al tanto, relataré brevísimamente el episodio:
Una mañana cuando el indio Juan Diego caminaba por el cerro del Tepeyac escuchó un canto extraordinario. Deleitado se detuvo y cuando miró pá arribita vio un sol resplandeciente, y en el mero centro una señora en actitud de oración, fue a contemplarla y ella le dijo que era la madre de dios y que su deseo era que le construyeran un templo en ese lugar y le encomendó que lo notificara al señor obispo.
Obviamente este no le creyó y Juan Diego regresó afligido, la Bienaventuradísima Virgen se le volvió aparecer para decirle que continuara insistiendo. Así lo hizo, pero el obispo le pidió una prueba de la aparición –ya saben lo escépticos que son los curitas-. Unos días después (el 12 de diciembre) Juan Diego le explico a la virgen de la prueba que le exigían y ella le ordenó que subiera al cerro a recoger unas flores.
Subió Juan Diego y halló bellas rosas a pesar que no era temporada y de un tipo que jamás se habían dado allí. Las cargo en su ayate (poncho, sarape, jorongo) y la Virgen le indicó que las llevara con el obispo, pero que no desdoblara su ayate ni lo mostrara ante nadie más. Después de lograr entrar en el obispado, le dijo a Zumárraga –que era el obispo- que ahí le llevaba la prueba que le había requerido. En ese momento soltó su ayate y apareció en él pintada como por los querubes, la imagen de la Virgen de Guadalupe –aquí es donde suenan las notas vigorosas de Carmina Burana-.
Como bien sabemos estas historias se repiten abundantemente por territorio católico con las variantes propias del lugar. Es por demás aclarar que las apariciones son un elemento más, que acostumbra utilizar la clase religiosa para intimidar, sojuzgar y enajenar a los feligreses.
Curiosamente en ese lugar –cerro del Tepeyac- los antiguos mexicas, tenían un templo dedicado a la madre de los dioses, a la que llamaban Tonantzin y que quiere decir Nuestra Madre –casualidades de la vida-. En ese lugar se hacían numerosos sacrificios para honorarla, venía tropa de toda la región para ofrendarla. Tal como lo describe Bernardino de Sahagún en su Historia General de las Cosas de Nueva España:
“En ese lugar (que nombran Tepeyácac) tenían un templo dedicado a la madre de los dioses, que llamaban Tonantzin.Y venían a ellos de más de veinte leguas de todas las comarcas de México. Era grande el concurso de gente en esos días y todos decían vamos a la fiesta de Tonantzin. Y ahora está allí edificada la iglesia de nuestra señora de Guadalupe”.
Esta destreza de traslapar lugares o fechas de adoración de los antiguos pobladores, fue práctica más que común, de estos rufianes ensotanados para facilitar el adoctrinamiento y la sumisión, valga recordar la perversa jugarreta del 25 de diciembre, sobreponiendo al solsticio de invierno el nacimiento del hijo de un dios.
Ahora mi pregunta es ¿Cómo demonios? Llegue a todo esto si había iniciado con el rollo de la tolerancia e intolerancia de los creyentes…
Recapitulemos pues, resulta que tal como lo señalaba Bernardino de Sahagún, en esta fecha le caen y le siguen cayendo millones de peregrinos – ese adjetivo que se imaginan, no es la raíz propia de la palabra, pero la neta ¡qué bien les queda!- al cerrito del Tepeyac para seguir adorando a la Tonantzin camuflajeada. Los que viven por acá no tengo que decirles, el caos que provocan ocho millones de personas convergiendo al mismo sitio, es una pesadilla que no se la deseo ni a mi peor ateo enemigo.
He acumulado experiencias de todo tipo con estos andarines fervorosos, ya que mi infancia y adolescencia la viví en un barrio que era paso obligado de estos inquebrantables sujetos, por lo que aprendí a practicar mi tolerancia con ellos, incluso debo confesar que de chaval me escabullía ocasionalmente en sus filas para hacerme de un tamal con atole, que a menudo repartían gratuitamente los vecinos-todo era cosa de caminar cansado y mirar al cielo con abnegación- a su paso convertían las tranquilas calles en laberintos intransitables, que obligaban a la búsqueda de nuevas rutas de circulación, año con año me tocaba aguantar los canticos desafinados y empalagosos, de ahí fue que me aficione a las orejeras y a los walkman –antecesor de los ipods- gradual e inexorablemente me fui introduciendo en la noble virtud de la tolerancia. Si bien tenía que aguantar que mi tranquilo y modesto barrio se viera desbordado, no solo por los miles de visitantes, teníamos además que soportar los kilogramos de basura que dejaban a su paso.
En cierta ocasión varios amigos trepados en un auto intentamos ir a comer unos tacos dos colonias más adelante, Pero tuvimos el infortunio de que se nos atravesara una línea inacabable de peregrinos ordenados de dos por dos. Nos detuvimos; después de quince o veinte minutos la fila no concluía, y nuestra desesperación crecía directamente proporcional al gruñido de nuestras tripas, por lo que probamos acelerar suavemente, para ver si detenían su paso por lo menos dos segundos –tiempo suficiente para pasar- pero con todo y que venían cantando esa que dice:
La Guadalupana, La Guadalupana
bajó al Tepeyac.
Su llegada llenó de alegría, de
paz y armonía, de paz y armonía
y de libertad
Al primer movimiento del auto, nos miraron como diciendo “muévanle tantito, y se los carga el payaso”, diez minutos más y otro pequeño intento, mismo que fue seguido de varios manotazos al cofre por parte de los virtuosos peregrinos. A esas alturas ya no se podía ni pá adelante ni pá atrás, optamos por hacer una maniobra volver a estacionar el coche, y solidarizarnos con la marcha aunque la nuestra no fue hacia la basílica, sino rumbo al anhelado changarro de tacos.
Así que prácticamente una hora y media después y ante una orden de cabeza con su respectivo y sabroso tepache, escuchábamos por la tele a Lucerito impecablemente vestida de charra con botonadura de plata, cantarle las mañanitas a la morenita…
El pueblo mexicano, después de más de dos siglos de experimentos y fracasos, no cree ya sino en la Virgen de Guadalupe y en la Lotería Nacional.
Octavio Paz
Yo no creo en dios, pero, me molesta un poco tu entrada, porque diciendo, o argumentando, que los ateos somos las personas más tolerantes, al decir eso, y quejándote de una devoción, pareciera que no eres tan tolerante, también te deberías de quejar, o crear, una entrada, sobre los “tianguistas”, las marchas (a las que, como yo has asistido), los botes con cemento apartando un lugar, etc.
ResponderEliminarPero tampoco quiero que se escuche mal o como un “regaño”, solo quiero decir que la tolerancia es más bien algo traemos, ya sea por lo aprendido y/o visto. Soy ateo y me considero una buena persona, y también conozco personas que creen en algo y son personas tolerantes y buenas.
La religión, no es un mal, más bien, quien se apropia de una religión hace un mal…
Con esto no quiero decir que este bien lo que hacen, pero, también, hay que respetar, y tratar de hacer conciencia; no, tratar de hacer conciencia insultando.
que fumò tu hijito? jajajaja. tqm. mariana
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