Ataque de tos
(Joaquín sabina-Javier Vargas)
Tendrías que haber visto el careto
angelical de un servidor
el día de mi primera comunión.
disfrazado de contralmirante
y repeinado el pelo con fijador
no veas como el cante
que iba dando yo.
Cuando el párroco se inclinó
hacia mí, temblé de emoción;
iba a llegar
a mis labios el dulce manjar...
pero no pude recibir el sacramento,
me lo impidió un violento
ataque de tos.
Mi infancia se desarrolló de forma promedio, de una familia de clase media baja promedio, en una colonia también promedio de una ciudad de México, esta sí bastante más grande que el promedio.
Al igual que la gran mayoría de infantes de este Guadalupano país, fui formado (o ¿deformado?) según los procedimientos de la santa iglesia, católica, apostólica y romana. fui bautizado, confirmado y enviado a la escuelita de dios (léase catequismo) para cumplir con el posterior sacramento que todo buen soldado del creador debe cumplir, incluso a esa edad –parafraseando la canción “mi niñez” del maestro Serrat, tenía ambición de ser cura (glup)-. Y al igual que Mary boquitas fue llevada ante Sergio Andrade, conmigo hicieron lo propio y fui inscrito en el grupo de la Srita. Marcianita para iniciar mi preparación doctrinal. Imagino que más de uno pensara que me estoy mofando de mi catequista, pero ¡no!, de verdad que ese era su apelativo, y vaya que con creces hacía honor a su nombre, según recuerdo.
Como todo buen estudiante que se precie de serlo: ¡asistía a clases deseando no tenerlas! porque no solo eran aburridas, eran por demás incomprensibles, eso de recetarle a un niño de seis años, mafufadas como: el pecado original, la virgen María, la resurrección de los muertos y la divina trinidad, debería estar considerado como delito de lesa humanidad (y esto último no es sarcasmo).
Así pues, al término de un año ya habían iniciado en mí, la inoculación del virus de la fe -término tan acertadamente usado por Dawkins- Todo esto muy a la par de los preparativos para el huateque, es decir, la tan esperada primera comunión. Por lo que, tal y como marcan los cánones chilangos, fui llevado a la lagunilla -centro ceremonial donde adquirimos nuestro vestuario los Tenochcas de cepa- y fui ajuareado con la indumentaria típica para el evento: trajecito y guantes blancos, el clásico librito, la recurrente velita, y desde luego la infaltable medallita de la virgencita (en este caso la de los lagos).
Yo para ese entonces estaba más relajado, pues pensaba que había pasado lo peor –iluso que es uno- en esas andaba cuando soy llamado para mi primera confesión, no se ustedes pero para mí fue igualito de traumático, como cuando se le asomaron los pezones a la maestra Gordillo, de verdad una experiencia que como dicen los clásicos “no se la deseo ni a mí peor enemigo” recuerdo que avasallado por los minuciosos cuestionamientos del párroco, me vi en la penosa decisión de confesar; la vez que me había volado el cambio de un detergente que mi madre me había mandado a comprar (recuerdo muy bien que era un Ariel, el pecaminoso objeto) para estas alturas mi supuesta vocación sacerdotal empezaba a hacer agua, cual finanzas mexicanas después del catarrito.
Y como no hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague (a menos que te favorezca el fobaproa) ¡llego mi primera comunión! por fin después de todas las penurias, los calvarios y sinsabores, habría de participar en el extravagante rito de la antropofagia eucarística o comunión, como le decían mis padrinos. Éramos alrededor de treinta chamacos, todos vistiendo diferentes tonos de blanco, según lo hayan permitido las distracciones maternas, en mi caso solo las rodillas revelaban mi antiguo vicio por el juego de canicas. Ahí estábamos todos, con una seriedad inimaginable, lo mismo los más aventajados en el catecismo que los más burros, todos unidos en un mismo estado de solemne solidaridad. Cuando llego el momento de entrarle a la oblea sagrada, me forme de acuerdo a lo indicado, y a los pocos minutos me sentí tocado por dios, mientras regresaba a mi lugar procurando un semblante angelical, la móndriga hostia venia pegándoseme en el paladar y mientras luchaba por despegarla; ya sea por el calor de ese día, por mi incipiente claustrofobia, o bien porque ya me andaba de hambre, todo se nublo de repente, los santos comenzaron a danzar a mi alrededor y sufrí lo que las abuelitas conocen como un vagido, y consecuentemente azote a todo lo largo del pasillo principal con todo y cuerpo de Cristo dentro.
Desperté fuera de la iglesia, con mi mamá “echándome aire” y rodeado de familiares e invitados que vieron en mí, una inmejorable excusa para evitar la misa. Así, con más cara de “on toy” que de reluciente querubín, sonreí a mi abuela que me acercaba un estupendo jugo de naranja. Ahí fue donde comprendí que mi relación con el nazareno, no iniciaba en los mejores términos.
Más adelante me deslizaría al bando de la virgen de Guadalupe. Euforia que tampoco duro mucho, sobre todo por diferencias contractuales ya que recuerdo nítidamente que en un partido de futbol, La selección estaba siendo derrotada inmisericordemente (jugando como nunca y perdiendo como siempre) me acerque a su altar -que como buena familia mexicana teníamos en casa- y suplicándole con genuinas (esas sí) lagrimas en los “oclayos”, nos dispensara un milagrito a favor del tricolor. Desde luego que el tri, jamás remonto el aplastante cuatro a uno.
Al final sucedería un acontecimiento que desencadenaría mi escepticismo contundentemente y que me alejaría para siempre de esas absurdas y ridículas creencias: ¡me gradué de la escuela primaria! A partir de ahí, empecé a olvidar las misas, los dioses, las vírgenes, las confesiones y en especial: el futbol.
Nosotros nos dirigíamos al catequista como Sr. Nico y era el que vendía los helados en la colonia, chaparrititito y mega chistoso, pocos escuincles le poníamos atención ¡afortunadamente!, por lo que no creo que llegará a dejar algún recuerdo de sus "enseñazas", (por suerte tampoco era de los legionarios de cristo), así pues, lo único que recuerdo es su carrito de ricos helados que nos esperaba al terminar "la clase" (ya que cómo buen siervo de dios, aprovechaba para hacerse de algún dinerito), por otra parte, el mejor recuerdo de mi alegórica comunión fue el delicioso mole con arroz que ofrecieron mis papás, mmmm de verdad ¡rico!.
ResponderEliminarGracias por el recuerdo y que divertido fue en tu caso.
jajaja...a mi mi mamá me hizo ir como a 3 o 4 catecismos diferentes y el "mero día" todo paso.. se nos hizo tarde, no nos dieron el pastel con el vino y eso y le hicieron unas florecitas todas feas en el mismo sanborns, y tuvieron que cambiar la fiesta de lugar...creo que yo tampoco comencé con el pie derecho.
ResponderEliminartqm.
Curiosamente yo acabo de escribir sonbre esos asuntos del catecismo.
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